Mediodía. Tren de cercanías. Origen: Murcia. Destino: Lorca
Situación: Cinco veinteañeras en asientos contiguos. Grupo de cuatro y Marga en el de atrás.
Me enteré de sus vidas, de sus amoríos, de con quien se acuestan y de ¿cómo se llama ese con el que me he levantado?, de los defectos de sus amigos, del efecto laxante que tuvieron en una las
salchichas frankfurt de esas de 3 paquetes un euro y sopa de sobre al mantenerlas como dieta exclusiva durante una semana... Y la gente no se entera, ¡que se lo escriban! ¿Nadie se da cuenta de que está rodeado de bloggeros?
Bagatelas a las que intentaba ignorar centrándome en mi lectura.
De repente, cosas de la Renfe: el tren se para en medio de la nada y sin motivo aparente. Una recuerda un viaje suyo a Barcelona en el que también se paró el tren. Despierta la vena intelectual de una estudiante universitaria que pregunta:
- ¿De verdad hay un barrio gótico?
Silencio. Supongo que la viajante deseosa de aventuras asintió con la cabeza. Supongo que creería que no estaba claro o no confiando en el intelecto de su amiga, aclara:
- Pero gótico de arquitectura no de góticos.
Habría pagado por ver la cara de decepción cuando decía la interesada:
- Ah, ¡pues vaya mierda!
Y pienso yo (después de sacar la libreta y el boli) que estaría bien perderse por una de esas calles, entrar en un bar que fuese el mismísimo Castillo de Otranto, encontrarse con Frankenstein en el baño, no poder salir y empezar a escribir un diario como Jonathan Harker.
Calles estrechas, noche y soledad puede acojonar tanto como otros aspectos góticos.
¡Menos mal que en casa sólo me visita El Pequeño vampiro!
Para ella, ¿qué es un gótico? Y yo sin saberme la lista de los reyes godos...